jueves, 16 de agosto de 2007

Reconocernos únicos y libres

Ricardo Esquer

Uno de los resultados de la confusión que domina nuestra época es considerar a la ciencia como el único conocimiento verdadero, dejando al arte el papel secundario de una representación imperfecta de este conocimiento. Recordemos que el desprecio por los poetas proviene de lo que el platonismo llama la naturaleza mimética de la poesía, según la cual un poema no representa ni produce verdades, sino imitaciones de verdades aparentes, o sea que miente por partida doble, pues copia las apariencias. Además, el desconocimiento y la mala lectura de la Poética de Aristóteles, gran gurú de nuestro tiempo, sumo pontífice de la religión científica, mezclan el desdén por la poesía con la exaltación de la ciencia. Tal punto de vista ignora que para el alumno de Platón la poesía no imita las apariencias de la naturaleza, sino la manera en que la naturaleza produce esas apariencias. Por lo tanto, puede decirse que un poema no refleja otra cosa ni es la sombra de algo distinto a sí mismo, sino que produce una realidad que no existía antes de ese poema. Una doble consecuencia de lo anterior es que la realidad no va más allá del poema pero no se reduce a las palabras con que está escrito. Mientras que la ciencia pretende explicar, la poesía y el arte sólo muestran el mundo, nos muestran; por eso el conocimiento que suponen resulta más verdadero que el científico, el cual es necesariamente una reducción; constituyen, como el mundo y nosotros, un enigma. En tiempos de confusión pese a (o debido a) la información acumulada, tal vez seguimos haciendo poemas y arte para no perder de vista nuestra verdadera naturaleza. Una obra artística siempre es más elocuente que cualquier tratado científico, pues habla de la humanidad como algo completo, sin reducirlo a cualquiera de sus dimensiones.
De acuerdo con lo anterior, la lectura de un libro de poemas es similar al trato con una persona, en el sentido de que nos la pueden presentar en el trabajo, una fiesta o la calle y, dependiendo de la afinidad, se establece una relación pródiga en descubrimientos, abordable desde cualquier ángulo, sin más guión que el dictado por las circunstancias. Podemos ser lectores “hembras” que, como diría Cortázar, van de la primera a la última página, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha; o “machos”, que le entran por donde y cuando se les antoja. Y así como la unidad de lo humano se encuentra en el rostro, las manos o cualquier otra parte del cuerpo, la unidad de la poesía radica en cualquier página del libro. Esta relación entre lo humano y lo poético se parece también a la que hay entre alimentación y calidad de vida: si en lugar de intoxicarnos con noticieros desayunáramos un poema, nuestra calidad de vida mejoraría sensiblemente. Por eso siempre es bienvenido un libro que, de modo semejante a frutas y verduras en la mesa, diversifican nuestra dieta espiritual.
Ciudad futuro es el primer título personal de Antonio Reyes Cortés (Fresnillo, 1967); no obstante, está escrito con mucho oficio y talento. Lo primero proviene seguramente del trabajo en talleres de literatura, principalmente con su paisano Juan José Macías, cuya labor como tallerista, editor y poeta es conocida dentro y fuera de Zacatecas. Cualquier explicación de lo segundo caería en el terreno de las conjeturas. Y así vemos que el poeta no sólo nace (¿acaso hay alguno que no lo haya hecho?) sino que se hace, como quien talla un diamante, al roce de otros como él. La conciencia de esta condición es expresada claramente en la primera línea de “Grisura de lo perenne I”: “lo somos todo en el verso que nos reclama”, equivalente a la aceptación de una naturaleza inseparable del riesgo. De ahí la insistencia en ciertos motivos: la fragilidad de nuestras certidumbres, la permanencia del movimiento, la imposibilidad de agotar la experiencia poética. Y la sistematización de una sintaxis que prescinde de las mayúsculas, salvo cuando el poema carece de título, y usa la puntuación como apoyo del tono, más que del sentido, pues mientras que éste predomina en la visión “normal”, aquél es la materia prima del cuestionamiento a la realidad aparente, única para quien sólo vea sombras y apariencias. Esta escritura utiliza honestamente sus recursos; si un edificio levantado con una actitud similar nos deja ver el acomodo de sus ladrillos, estos poemas exhiben los recursos utilizados en su construcción, de manera que el lector se apropia inevitablemente de ellos para convertirse en activo alarife de la urbe poética que le propone la obra. El lector reconoce en el poema algo parecido a la realidad ajena a las palabras cuando percibe uno de los pretextos de que éste se vale para nombrarse a sí mismo. Las figuras de la mujer y el hombre, el viaje y la ciudad, la cotidianeidad y el milagro sirven para poner en evidencia una manera de ver el mundo que lo revela como una unidad incompleta, dinámica, viva. Aquí las palabras no están en lugar de otra cosa; son lo que nombran, por eso piden ser consideradas como algo de múltiples dimensiones. Un fragmento de “Geografía” canta: “el poema conoce la geometría no euclidiana/ se oculta tras del sueño: es un manzano vivo/ un fruto entero”.
Para conseguir lo anterior, la poesía de este libro se levanta sobre dos principios presentes en cualquier lenguaje: la repetición y la variedad, utilizados en varios niveles: la palabra, el verso, el poema y la serie, de acuerdo con una lógica propia, independiente de la que mantiene al mundo dentro de los límites conocidos. En este sentido, Antonio Reyes Cortés propone una escritura autónoma, que extiende y profundiza nuestro conocimiento del mundo, llevando sus límites a terrenos inesperados. Por ejemplo, en “Desde el parque”, repetir y modificar no se excluyen, sino que desarrollan una idea poética: “todas las paredes de la casa en una palabra/ (…) todas las palabras de la duda en una casa/ (…) todas las casas y sus palabras: lo ahí dicho/ (…) todas las palabras de la casa: el enigma”. Más adelante, la mutación es evidente en el segundo fragmento de “Raro proceder”: “bajo vuelos sucesivos se oculta el velo de horas/ que serán vida sin calles pobladas de perros/ en noches de nunca/ bajo noches sucesivas se oculta el vuelo de vida/ que se va en horas sin perros”. Más aun, en la primera sección del libro, la que da título al libro, el juego salta entre varios poemas, en los que la exaltación del viaje se expresa mediante la figura de un avión: “voy a tomar un 727 a la derecha del señor” (“Motivos de un tema urbano”); “preocupado por los misterios de los otros/ con la arrogancia del aeroplano” (Hay un hombre”), y: “mi pelo a la sombra del aeroplano/ en el destierro” (“Forastero”).
Sin embargo, esta magia no surtiría efecto si la escritura careciera de un ritmo amplio, marcado por palabras e imágenes que fluyen como una respiración y que, como ella, realizan la posibilidad de crear seres y mundos a partir de la libertad. Oficio y talento aliados se apartan de la necesidad, ley de la naturaleza, para fundar lo específicamente humano. El mundo no nos necesita, pero nosotros sí requerimos de la poesía. Ciudad futuro cubre con ventajas el requerimiento. Su lectura nos descubre el parentesco entre su poesía y nosotros. En sus páginas nos reconocemos libres, únicos, como en verdad somos.

Ciudad futuro. Antonio Reyes Cortés, Zacatecas, Instituto Zacatecano de Cultura, Ediciones de Medianoche, Número 3, 2007.

(...)

We can’t go on together
With suspicious minds
And we can’t build our dreams
On suspicious minds

La cardinalidad del continuo

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¿el movimiento perpetuo?

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Fresnillo, Zacatecas, Mexico
Apócrifo en sentido estricto: "textos no recogidos en la lista de las Escrituras". Eso es lo que escribo.

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