En la foto: durante la presentación del número 3 de Reitia, Juan Manuel García Jiménez, Javier Acosta y yo.
Libro del Abandono
Tercera lectura (el maestro)
i
Dirigí otra vez la saeta al dragón. Salió desviada, como siempre; pero fue a dar ahora justo entre los ojos de una mosca que fastidiaba sin piedad a un venerable anciano. El maestro me azotó ese día con esmero inigualable, por tan craso error.
ii
Destapó todas las botellas de vino que tenía en la casa. Mientras lo hacía, me dijo que para él eso [creo que se refería a la poesía] era como su esposa, a la que todos los días estaba a punto de abandonar, desde hacía treinta años. «Quizá en articulo mortis», dijo mientras derramaba el vino de media botella sobre la mesa. En ese instante su esposa me mandó un beso, a sus espaldas, desde la cocina.
iii
Llevaba casi media hora tratando de abrir la última botella; ahora lo intentaba con el sacacorchos. Me dijo a larguísimas pausas: mi vida está ya en su declive y cada vez son más los poemas por escribir. No tengo ya imaginación, carezco de ingenio; cada vez más pesada la losa, cada vez mejores y más grandes mis pendientes. Por qué no comienzas ahora mismo, maestro —le pregunté. Me dijo que todo era más difícil porque ya no tenía nada que aprender. Me dijo que cada nuevo poema volvería a los anteriores inútiles, improcedentes. En ese momento el corcho se trozó y salió la mitad.
El maestro sonrió por primera vez en toda la noche. Lo llevé a orinar, luego lo dejé dormido, sobre su costado izquierdo, en el piso.
iv
Perdía el maestro la paciencia, pero aún me ayudó a sujetar el pincel correctamente. Dibujé por primera vez, con perfecto descuido, el círculo de la infinita compasión. «Tu mano cabe en mi mano, tus huellas en las mías,
tus palabras en mi voz, en mi corazón el tuyo. Varias veces mi alma en el círculo blanco del vacío» — el joven monje piensa.
v
Disparó esta vez la saeta con impecable lentitud. Pudo viajar la f lecha el tiempo suficiente para que el dragón diera tres vueltas en torno de nosotros, antes de recibirla su valiente corazón.
vi
«Todo se puso más oscuro que nunca. Buscas mi mano, has visto que soy ciego y te parece que estoy familiarizado con la oscuridad, piensas que puedo conducirte; pero tampoco hay en mi oscuridad alguna dirección.
«Nada te dice nada; ya no encuentras palabras adecuadas para nombrar ningún objeto. Piensas que yo te puedo conducir al silencio; no sé nada del silencio al que uno se conduce, no sé callar.
«Piensas que puedes aprender algo de mi paciencia, piensas que puedes aprender a esperar a mi lado,
«No veo nada diferente, no me dirijo a ningún lugar secreto, no cultivo la espera; sólo estoy aquí porque al fin me apiadé de este lugar bajo mis pies, vacío.»
[Él puso las comillas]
vii
El maestro caído en su torbellino:
«Cada día escribo menos palabras.
Cada día más seguido.
Cada vez más
despacio.»
[escrito en un papel muy pequeño, lleno de infinitos espacios en blanco]
viii
«Ay, era ésta mi última oportunidad para callarme»
[Nota encontrada al vaciar los bolsillos del maestro]