
De lo más extraño que he visto es a un narigudo estar hurgándose la nariz, tratando de sacar un tapón, porque claro, no podría haber mocos, hasta las fosas nasales más pequeñas dejan fluir a los mocos.
A veces sorprendo a mi índice en esa cotidiana pero extraña y entrañable lucha contra un (necio pero natural) tapón, lucha que por lo general éste último gana. Luego recurro al último recurso: ir al lavabo a soplar con toda la fuerza de mis pulmones por la nariz, tapando con la mano opuesta la fosa nasal sin broncas.
Pero. ¿Qué sucede cuando voy manejando? Este no es un caso particular, es precisamente en este punto donde sucedió esto del narigudo picándose la nariz. Me contagió.
A veces, cuando siento que no hay necesidad de luchar contra un moco seco (que según yo de eso están hechos los tapones), flexiono el índice hasta que forma una U invertida (y tridimensional), con el extremo exterior de ésta masajeo la fosa nasal que tiene el impedimento. Pero eso sólo da cierto alivio. Lo efectivo es enfrentarle, desde la punta del índice, con decisión, como este narizón al que miré picándose con tesón.
Por eso, pongo a Quevedo, que el gran Macías me recetó en más de ocho años.
Francisco de Quevedo (1580-1645)
A una nariz
Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.
Era un reloj de sol mal encarado, 5
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.
Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto, 10
las doce Tribus de narices era.
Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.