
La caída, las sucesiones, el acomodo y el imbricado de láminas de luz, lo mismo que la atracción terrestre: el desasosiego de la continuidad, el tiempo inerte en el acomodo casi inmediato del espacio ante la llegada del instante en que se han de conjugar la fragmentación del orden (a veces causal) de lo elemental: hay algo más que una marca de ruptura y convergencia en la obra de Felguérez. Así, al coexistir con su obra en un tiempo en el que lo vertiginoso de los cambios en los modos de ver un espacio en el cual la geometría deja de ser, para ser ahora nosotros los partícipes del instante a través de la conformación de espacios alternantes en donde coexistir es eso que el artista nos deja: un legado de fuerzas complementarias entre su obra y nosotros, una pluralidad de monólogos.
He visto la grandilocuencia a través del minimalismo y el final del canon, la Geometría Suspendida (serie de esculturas), por ejemplo, es la tentativa de un arte escultórico que afrenta a las múltiples maneras del hacer del geómetra: ahora este arte se revela en un conflicto que abre la posibilidad a la caída terrenal o a la elevación no mística. Ahora es el arte el que mira la interpretación de sus congéneres: nosotros en cada una de sus manifestaciones.
Entonces la abstracción nos simplifica, deja nula la manera en la que el mundo nos permite verlo, porque en cada instante las posibilidades de ser emancipan al unísono los planos del espectro visible y los planos de bifurcación de los elementos topológicos hacia lo múltiple: es un andar en torno de lo estocástico tocado por la mano del artista; es inevitable, pues, respirar el aire que deja maculado con su gracia el instante en el que hemos percibido el mismo fragmento temporal que Felguérez ha desterrado de sus manos.
Ahí donde sólo los elementos que él habilita me dejan mirar la inconclusa desazón amorosa de piezas ideales que como almas buscan atinar al arduo, a veces geométrico destino de los hombres, la a veces simétrica dimensión del plano proyectada en el espacio: nada deja de ser geométrico. Y en cada elemento un punto de equilibrio y el equilibrio sin la gravedad, sin el magnético soporte del planeta sería nada. Pudiera ser sólo continuidad y convergencia lo simple: la mecánica oculta y el comienzo el aire bifurcándose por las cuerdas del espectro visible: la determinista tensión de una pieza de metal sobre la otra: entonces la tensión, la luz retenida el ángulo y el corte preciso de una pieza, aquella curvatura: la conciliación con el instante, con el espacio. Esas fibras de lo emocional son las que Felguérez suele tocar según la dirección del viento, según la bendición de la luna.
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